viernes, 17 de diciembre de 2010

Moulin Rouge. Ninguna mentira, por ingeniosa que fuera, podía salvar a Satine.

Sueños y tristezas se entremezclan en un salón de baile con olor a tabaco y ruidosos tacones de madera. El vestido de un bermellón intenso acaricia la rodilla de la doncella inspirando un lento suspiro por parte de un caballero de la alta sociedad sentado en algún sombrío rincón del salón. Llamativos colores y pequeños brillantes adornan los escotes de las pícaras, regalos exquisitos de aristócratas rufianes amantes de la eterna juventud ya inalcanzable por el paso del tiempo. Rouge intenso en los labios perfilados en exceso y exuberancia también en las pestañas negras como el azabache. El lunar de una muchacha en el hombro se agita pareciendo tener diferentes formas provocando sutiles alabanzas francesas. Un sitio muy muy lejos de las altas esferas, pero muy muy cerca del verdadero glamour francés, el glamour de la seducción efímera, las medias de calidad y el Carpe Díem.
Licor y celebración con champán en demasía, luego la tristeza de la normalidad y la melancolía del retorno a casa. Como los mismos labios carmín y púrpura despintados con poca destreza. Fuera llueve y la ciudad duerme. Un rasgo efímero de la felicidad inalcanzable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario