viernes, 18 de febrero de 2011

Desorden, desorden

Se despierta y un sudor frío le recorre la espalda. La luz del día irrumpía ya en la habitación entre las rendijas de las cortinas. El jaleo de la noche anterior había sido demasiado y cada vez la cosa iba a peor. Con aire cansado se levanta y desperezándose mira el reloj de la cocina dándose cuenta que va a llegar tarde al trabajo. No le importa. Tranquilamente se acerca hasta el baño y se mete en el pequeño plato de ducha adornado por unos azulejos color blanco roto. Cinco minutos después, sale de la ducha y se viste poniéndose la misma corbata que el día anterior. Cuando sale, aún con cierto dolor de cabeza, se acerca a la cocina y llena el enorme termo de café que había preparado días antes para posteriormente coger las llaves y salir del viejo apartamento. Su gato se quedaba sólo en casa.
El apartamento apenas poseía unos cuantos muebles decadentes. Todas las puertas con sus pomos antiguos chirriaban y las paredes forradas de papel descoloridas, aumentaban la sensación de desorden y suciedad que imprimía la casa. Los sofás del salón cubiertos por una funda descolocada ocultaban las roturas que tenía la tapicería. Apenas se podía observar nada a través de las ventanas de madera antigua, ocultadas por unos estores color sepia. Había varias estanterías llenas de libros, de hecho los libros rebosaban por todas partes, en la mesa del salón, en la cómoda de la habitación, en las sillas, esparcidos por el suelo y un largo etc. Los había de diferentes temáticas pero sobre todo de historia moderna y de personas que fueron importantes, en forma de biografía, en la defensa de los derechos humanos a lo largo de la historia. En el salón junto al pequeño televisor había un tocadiscos y a poca distancia, en una caja de cartón con unos vinilos desusados y llenos de polvo. Desorden, esa era la palabra que definía aquel percal.
Sus alumnos llevaban esperando quince minutos, formando barullo y dichosos por la tardanza hasta que él entró, con su aspecto pálido y su figura delgada. Enseguida entraba en tema. Su discurso casi era más filosófico que histórico, desarrollando su tema central, el tema que le obsesionaba. Las intervenciones venía propiciadas por él, el cual preguntaba con el fin de sacar las conclusiones que ellos tenían de sus explanaciones. La efusividad con que declaraba sus razonamientos y su exposición era espectacular. Realmente se implicaba. Era lo suyo. Su pasión del temario sólo era interrumpida por el timbre que anunciaba el fin de la clase.
Su relación con el demás claustro era prácticamente inexistente, su falta de comunicación y su desgana ante conversaciones tan vacías lo alejaban. Prefería estar sólo que rodeado de gente. Su coche le esperaba en el aparcamiento. A la media hora ya estaba en casa echándole de comer a su gato y pensando en llamar a Eddie, su proveedor y su salvación en aquellos momentos. Una abstracción que creía temporal pero que cada vez lo empujaba al abismo de la adicción. Por fin se decidió a salir y refugiado en la barra del bar le confesaba a una mujer con la que había entablado conversación su verdadera pasión por la enseñanza y la posibilidad de cambiar la vida de una persona. Su decadencia se fundía con las lámparas de color rojo brillantes y con su copa de Ginebra con hielo. En ese momento el placer de la conversación estaba en su cabeza, dialogando consigo mismo, dándose cuenta de la indiferencia que la mujer mostraba hacia aquella conversación. En lo profundo de su ser sabía que estaba realmente perdido y que el juego se le escapaba de las manos. No esperaba nada del día siguiente.

Se despierta y un sudor frío le recorre la espalda. La luz del día irrumpía ya en la habitación entre las rendijas de las cortinas. El jaleo de la noche anterior había sido demasiado y cada vez la cosa iba a peor.....

No hay comentarios:

Publicar un comentario